VIENTO, QUE EL AMOR ME DEJA

 

Viento, que el amor me deja,

viento, que el amor se escapa,

viento, no me hagas esto,

viento, ¡detenlo!

¡pon puertas cerradas!

 

Viento de días lejanos,

donde eras brisa en la cama,

caricia en la piel morena

de amorosas palabras.

 

Viento, no dejes seca mi casa,

seco mi cuerpo, mi pecho

donde amor moraba.

 

No seas viento de tormenta,

de lanza, de yermos páramos

donde no crece nada. 

No me dejes, viento de amor,

aún es joven el alma. 


 

CAP DE CREUS

 

Nos gustaba ir a la cala

del pintor y el poeta.

A nosotros, jóvenes enamorados 

con la vida en las manos.

 

En el cabello el brillo,

bajábamos senderos escarpados

para buscar un hueco solitario.

Tu mano ofreciéndose a la mía

me proponía no herirme,

para llegar lejos, al agua.

 

Al agua fría, violeta asustada

en la tibieza del cuerpo.

En un tiempo tan lejano

que quedó entre las rocas olvidado. 

 

Al  caer la noche 

desde sus ojos infinitos,

nos miraban las pequeñas islas;

el mar era el de la acuarela

que dibujé un verano

a ver si podía trazar el recuerdo

de tu amor para no olvidarlo.

 

Pero se quedó en el verso,

en la sal, en la cala

de un lento Mediterráneo

que regaló gotas diminutas,

intensas, suficientes, bravas,

en aquel cabo. 

QUIERO IR SOLA HACIA EL SUR

Quiero ir sola hacia el sur,

oír cómo canta y que el cante me acune,

me disipe en otras vidas,

me haga invisible. 

Y vea sin ser vista,

sienta sin sentir.

Quiero ir sola hacia el sur.

 

Y abrazarme en la arena

con mis brazos sin nieve.

Que su luz me acoja

y me ciegue los ojos

y que vea sin ver.

 

En su luz me confunda

mezclándome entre la gente

que no me conoce ni será conocida. 

Quiero ir sola hacia allí.

Y que su mar me bañe

y me cubra su sal,

sus murallas errantes

me contagien pasión;

su mirada de duende

me atraviese el corazón.

 

Quiero ir sola y volver

con el sur en mi ser. 

 

poemas

AVE MÍA LEJANA

 

 

 

Hoy abro la puerta

de este dulce cobijo

para que vueles alto,

aunque no haya sol en el cielo.

Que las nubes te vistan

con toda la alegría

que tu juventud merece.

Es suave la despedida

si pienso en tu vuelo,

ave mía ya lejana,

tan lejana cada día.

Te has llevado en las manos

la sal de mis dedos,

alguna esperanza

y no pocas caricias.

Tuyas son ahora.

Yo no puedo pensar

en pertenencias,

en frágiles posesiones.

En nada que sea mío.

Tuyas son ahora

las quimeras extendidas 

en el verde paisaje,

en el río que persigues 

con tus ojos en busca de agua nueva.

Y todo me hace abrir la puerta,

abrir, abrir,

aunque el vacío que dejas

no lo llene ya

ninguna palabra. 

 

 

 

CASA DE MUÑECAS

 

Antaño había en el pasillo vacío

una casa de muñecas. 

Entonces molestaban sus mínimos muebles

esparcidos por la estancia,

las ropas diminutas, los platitos

donde las muñecas comían;

las bodas que celebraban

con todos los juguetes de la casa,

invitados de gala al juego imaginario.

 

Entonces molestaban

y la madre los recogía uno a uno,

los guardaba en el baúl

barriendo sus deseos de plástico.

La niña bostezaba de cansancio

y desplegaba su fantasía

en otro lugar de la casa.

 

Hoy la madre añora como dolor querido

todo lo que la hacía tropezar 

y mirar desde el suelo. 

Si la vida fuera una cocinita pequeña,

una casa rosa y unos platos diminutos,

podría cocinar, a fuego lento,

unas raciones de ternura 

para degustarlas en el túnel del tiempo.

 

 

 

 

 

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